Labubu es una figura coleccionable creada por la marca china Pop Mart que se volvió furor global. Detrás del fenómeno, China impulsa una estrategia clara: dejar atrás la imagen de productos baratos y posicionarse como creadora de propiedad intelectual con valor cultural y global.

Labubu, ese pequeño personaje de orejas puntiagudas, cara extraña y expresión entre tierna y perversa, representa mucho más que una moda. Se convirtió en un ícono pop con filas de compradores en París, ediciones agotadas en segundos, reventa por cifras millonarias y presencia en las manos de celebridades como Lisa de Blackpink, David Beckham y un ejemplo más nacional Wanda Nara. Pero lo interesante no está solo en el muñeco, sino en lo que representa: la nueva ambición cultural de China.
Y aunque su popularidad explotó recientemente, Labubu tiene historia. Fue creado hace más de diez años en Hong Kong, donde la propiedad intelectual también ha pasado a ocupar un lugar estratégico en la economía. El gobierno chino entendió que el verdadero poder no está solo en las exportaciones masivas, sino en las ideas que los demás desean comprar, compartir y replicar.

Hasta hace unos años, “made in China” era sinónimo de producción masiva y productos baratos. Hoy, ese concepto molesta a las autoridades del gigante asiático. No alcanza con fabricar para otras marcas, el objetivo es crear marcas propias que tengan valor intelectual, narrativas especificas y capacidad de influencia global. Y Pop Mart es la punta de lanza de esa estrategia.
La lógica detrás de Labubu no es improvisada
Pop Mart fue respaldada desde el inicio por políticas de incentivo a la propiedad intelectual, parte del plan estatal “Made in China 2025”, que busca reconvertir la economía de lo industrial a lo creativo. El mensaje es claro, ya no quieren solo producir para otros, quieren que el mundo consuma sus propias ideas, personajes y universos.
El fenómeno de las “blind boxes” (cajas sorpresa) también forma parte del éxito. Los consumidores no saben qué figura recibirán hasta abrirla, lo que incentiva la compra repetida y genera una cultura de coleccionismo tan rentable como adictiva. Incluso provocó alertas por generar conductas compulsivas, especialmente en jóvenes.

Los fines geopolíticos
China comprendió que el poder no solo se disputa en el comercio o en la tecnología, sino también en el terreno de la cultura. El soft power, el poder de influir sin imponer, es hoy un campo estratégico. Y en ese juego, personajes como Labubu funcionan como vehículos emocionales para conectar con audiencias globales, ¿qué mejor manera de entrar en las casas del mundo que a través de un objeto deseado?
Pero esa expansión no es del todo libre: el propio gobierno chino ya aplicó regulaciones para limitar la venta de figuras a menores y perseguir falsificaciones. El modelo se apoya en el control estatal, incluso en sectores creativos. Una contradicción que pone en tensión la libertad cultural con el interés político.

Labubu se convirtió en un ícono, sí, pero también en una herramienta geopolítica. Una pieza más en el tablero donde China deja claro que quiere controlar no solo la producción, sino también el relato. Y lo está logrando mediante la exportación de personajes, estéticas, valores. Infiltra el mercado global no con discursos políticos, sino con muñecos adorables de mirada inquietante.
Celebramos su éxito como si fuera solo una moda. Pero no deberíamos perder de vista que, en el mundo actual, las batallas ya no se rigen solo con tratados ni ejércitos. Hoy en día también se juegan en el terreno de las ideas, los símbolos y los íconos pop, y ahí Labubu ya ganó una parte del terreno.